Anoche, como cada 31 de octubre, La Garnatilla volvió a llenarse de silencio, de luces temblonas y de recuerdos.
A las once en punto, los vecinos salieron a la calle vestidos de luto, como la gente de antes, con su ropa negra, las velas en la mano y una campana que marcaba el paso.
Poco a poco, el grupo empezó su camino hacia el cementerio, rezando por nuestros difuntos, por los que están allí y por los que se fueron de este mundo dejando su huella en el pueblo.
🌒 Una idea sencilla que se ha hecho tradición
Esta costumbre no tiene siglos, ni falta que le hace.
Nació hace pocos años, cuando a un grupo de vecinos se les ocurrió que, en vez de celebrar Halloween con disfraces y calabazas, sería bonito hacer algo nuestro, algo que sirviera para recordar a los nuestros y mantener viva la memoria de quienes levantaron estas calles.
Y vaya si cuajó la idea.
Cada año se suma más gente, desde los mayores hasta los chiquillos, todos con sus velas encendidas, acompañando el rezo y el silencio.
La Noche de las Benditas Ánimas se ha convertido en una cita esperada, en una forma de unirnos y sentir que somos un mismo pueblo, una misma familia.
🕯️ Camino de luz hasta el cementerio
La procesión arranca desde el centro del pueblo. Solo se oye el murmullo de las oraciones, el sonido de los pasos y el toque de la campana.
Las calles, en penumbra, parecen otras.
Al pasar, la luz de las velas se refleja en las fachadas, en los ojos húmedos de los más mayores, en las manos firmes de quienes van rezando.
Es un momento que pone los vellos de punta: silencio, respeto y mucho sentimiento.
Cuando el grupo llega al cementerio, se hace una parada. Se reza por todos los difuntos, por los que están allí y por los que descansan lejos.
No hay prisa, ni ruido, ni postureo. Solo un pueblo entero recordando a los suyos.

🔥 Castañas, boniatos y un trago de anís para templar el alma
Al volver al pueblo, la plaza se llena de vida.
Las castañas y los boniatos sueltan ese olor dulce que recuerda a infancia, y no falta el anís para brindar por los que están y por los que se fueron.
La gente charla, se ríe, comparte platos y copas, y la noche se vuelve cálida, aunque el aire esté fresco.
Esa comida sencilla, de toda la vida —castañas, boniatos y anís— es el remate perfecto: un momento para juntarnos, para contarnos historias y seguir sintiendo que La Garnatilla sigue viva porque no olvida.
💬 Una tradición nueva, pero con alma antigua
Aunque lleve pocos años celebrándose, esta noche ya forma parte del corazón del pueblo.
Cada vela encendida, cada paso hacia el cementerio, Son gestos que mantienen unidas a las generaciones.
Los mayores enseñan, los jóvenes aprenden, y todos juntos damos forma a una tradición que ojalá nunca se pierda.
Porque no hace falta que algo sea viejo para tener valor, basta con que nazca del cariño y del respeto.
Y eso, en La Garnatilla, sobra.